LIMITAR
LO FEMENINO
<Ana
Plaza Morales> |
Ana
Plaza |
El deseo y el
goce femeninos han sido considerados a lo largo de la historia como
potencialmente peligrosos y desestabilizadores para el funcionamiento
de las diferentes sociedades, en tanto ponen en primer plano lo
radicalmente diferente y por tanto inquietante y amenazante.
Cada sociedad
ha inventado formas de neutralizar y limitar este efecto. La cultura
árabe, por ejemplo, introduce la claustración de las
mujeres y el velo como forma de poner un límite, de controlar
aquello que es susceptible de desestabilizar la sociedad. Aline
Tauzin, en su libro “Figures du féminin dans la société
maure”, muestra otra forma de limitar lo femenino por parte
de la cultura mauritana. En esta cultura se trata, no tanto de poner
límites externos a lo femenino -la claustración y
el velo no tienen lugar en esta cultura- como de escribir este límite
en,el cuerpo. Su forma de hacerlo pasa por apaciguar a las mujeres
cebándolas, pero también marcándolas: el agujereamiento
de las orejas, la escisión, la ablación del clítoris,
el modelaje y redondez del cuerpo.
Los
límites en nuestra cultura. El maltrato.
En nuestra cultura,
los límites externos han ido desapareciendo en los últimos
veinticinco años. De la casi claustración impuesta
a las mujeres por el franquismo, ensalzando a la madre como límite
a lo femenino, a la cada vez mayor presencia de las mujeres en la
sociedad: una revolución social no sin efectos.
Una mujer mayor
acudía a consulta por los malos tratos que recibía
por parte de su marido, un hombre alcohólico que había
dejado de beber desde hacía diez años y que, entre
otras cosas, siempre le había sustraído una parte
importante de la mensualidad que cobraba. Este hombre acostumbraba
a gritarle diciéndole: “Tú, lo que quieres es
mangonearme. A mi no me domina ninguna mujer”.
Él encontraba
la forma de limitar la emergencia de aquello amenazante y desestabilizador:
que una mujer lo dominara y lo mangoneara, poniéndose a resguardo.
Esta manera, que durante años había podido sostener
sin mayores dificultades, se había visto desestabilizada
por el forzamiento que ella había introducido ahora que sus
hijos ya no estaban en casa: negarse a las relaciones sexuales en
tanto él no consintiera a compartir la totalidad de la mensualidad,
“Tú lo que quieres es mangonearme”.
Es a partir
del momento en que este hombre la echa de la cama que la coloración
actualizada del maltrato tiñe el malestar de esta mujer:
“Desde que me ha echado de la cama no puedo dormir”,
“¿qué he sido para él?”, “Ya
no me viene a buscar”. “Al menos antes, cuando bebía,
mostraba más su punto débil, si había que achucharse,
me achuchaba, pero ahora no, está muy entero, encerrado en
su caparazón y no quiere saber nada de mí...”
Este ejemplo
nos permite situar algo de lo que pasa del lado masculino. Ahora
trataremos, a partir de otro ejemplo, de ubicar algo de lo que pasa
del lado femenino donde el consentimiento ilimitado puede llevar
hasta el estrago en un intento de obtener a cambio un ser que no
deja de señalar a una satisfacción desconocida a la
que ella permanece ligada.
Una mujer consulta
por bulimia y por los malos tratos recibidos por parte de su marido,
quien, a pesar de tener unos altos ingresos mensuales como camionero,
la deja siempre en situación de extrema precariedad. Ella
no parece especialmente trastocada por la precariedad en la que
malvive con sus hijos, llamando a los excesos de su marido “trastadas”
y llegando al extremo de facilitarle ella misma las aventuras amorosas.
Esta situación se mantiene hasta el día en que es
sorprendida ante la evidencia de que su marido se ve a escondidas
con una de estas aventuras que ella le había facilitado.
Es a partir del momento en que es excluida de la escena, que su
vida con él le retorna con la sombra negra y amarga del maltrato,
además de con un síntoma: no poder parar de comer.
Una fuerte subida de tensión que cursó con un proceso
de melancolización, la había llevado hace 8 años
-también por otra mujer- a un ingreso hospitalario de urgencias.
La intervención
del médico que la atendió entonces diciéndole:
“no crea que se va a morir, le dará una embolia y entonces
tendrá que estar en una silla de ruedas, y ¿quién
cuidará de sus hijos?. ¡Le habrán de cuidar
ellos a usted!”
Este médico,
apelando a la madre, puso un límite a la mujer llevándola
a tomarse en serio su enfermedad y a plantearse la difícil
separación para ella de este hombre con el que sin embargo
continuó hasta la actualidad.
Si bien él
se mantenía a resguardo de ella como mujer reduciéndola
desde la mirada al lugar de la madre ante la que realizaba sus “trastadas”,
ella, por su parte, aceptaba y podía sostenerse en ese lugar
con un hombre que no la “llenaba” y con el que las relaciones
sexuales nunca habían ido bien, siendo precisamente cuando
cae de este lugar cuando emerge para ella la pregunta sobre lo que
este hombre ha sido para ella y que ya está presente desde
su enamoramiento, del que dice: “Mi primer error fue mirar/no
mirar detrás de la pantalla” lapsus que muestra ya
desde el principio ese punto del que tanto le cuesta separarse y
que ha encontrado en este hombre. Punto que la remite, de un lado
a su madre, una madre “que no sabía lo que era el amor”
y de otro a una escena de seducción vivida por ella en la
infancia en la que un hombre, brusco como su marido, abusa de ella.
Cada hombre,
cada mujer, en función de su estructura (neurótica
o psicótica) encontrará o no elementos con los cuales
enmarcar este punto de ilimitado. Cuando estos elementos no están
y se encuentran confrontados sin mediación con esta emergencia,
las marcas en el cuerpo, a la manera de un resto a descifrar inscrito
en él, pueden presentarse como barrera de detención,
escritura última de un límite buscado por parte de
estas mujeres allá donde no ha sido posible poner otro.
Ana
Plaza Morales
Psicóloga clínica ([email protected])
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