LA SALUD
NO ESTÁ EN VENTA
<Carmen
Valls Llobet>
El sistema sanitario
público se ha desarrollado en muchos países para aliviar
la injusticia y las desigualdades en la atención sanitaria
de la población. En teoría la atención médica
y la salud pública debieran mejorar la salud de las personas,
atender de forma eficaz sus enfermedades, prevenir la mortalidad
prematura y vigilar que la contaminación del agua, el aire
o los alimentos no perjudiquen a nadie.
Pero el elevado y creciente costo que la sanidad pública
supone para los presupuestos de los estados, unido al hecho de que
invertir en sanidad se considere un gasto y no una inversión
en salud, hace que muchos gestores y economistas crean que la única
solución es abrir parte del sistema sanitario a las leyes
del libre mercado.
La aplicación
de criterios de rentabilidad empresarial lleva, por un lado, a recortar
la inversión pública en el sistema sanitario, que
ya es de por si escasa (el 4. 2 del PIB frente al 7 de la UE), lo
que incide directamente en el estrés y la angustia de los
profesionales sanitarios que deben trabajar en condiciones precarias
y no pueden atender con calidad y calidez a sus pacientes. El acto
médico se cosifica y el cuerpo se hace objeto, mientras los
objetivos del sistema se reducen únicamente a no cometer
grandes errores y a no gastar. Por otro, se propicia, por ejemplo,
que algunos centros privados o alguna industria farmacéutica
promueva enfermedades ficticias o tratamientos no basados en la
evidencia científica de buena calidad.
Además,
es sabido que la salud “vende”, aumenta la audiencia
de los programas radiofónicos y televisivos que dan recetas
fáciles y engañosas y acaban convirtiendo, también
en este caso, a la salud en objeto de mercado.
Un campo especialmente
abonado para hacer de la salud un negocio es precisamente el sexo
femenino. Las terapias hormonales, los fitoestrógenos, los
medicamentos que van a quitarle el dolor de forma inmediata, todo
vale, sin investigación, sin evidencias, ya que el cuerpo
de las mujeres es un buen mercado con el que se pueden conseguir
beneficios. Los resultados no se evalúan la eficiencia del
gasto sanitario tampoco. La salud y el cuerpo de las mujeres se
han convertido en objeto de mercado. Están en venta. ¿Vamos
a continuar tolerándolo?
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